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Efectos del referéndum griego

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Manifestantes en la plaza Syntagma tras la victoria del ‘no’ en Grecia. / Kay Nietfeld (Efe)

¿Cómo hacer pagable una deuda realmente impagable? Es previsible que las respuestas cambien tras el referéndum en el que este domingo los griegos rechazaron la austeridad y los recortes públicos por el 61,3 %  frente al 38,7%, pero todos se pronunciaron por seguir en el euro. Al oponerse así a la autocracia monetaria europea desde la democracia, habrá una reconfiguración de intereses e ideas. También reacciones para evitar que se extienda el contagio. De una u otra forma, no solo se reestructurará la deuda griega, sino el poder en Europa.

Aunque no sea periodístico, empecemos por lo invariable ante tantas expectativas de cambio, pues los medios lo soslayaron u ocultaron. Pero la historia y el tiempo avanzan inexorables, siempre con sus múltiples relatos en competencia por el éxito. Como en los ya casi seis últimos años, Grecia y la Eurozona seguirán en sus trece. Escriben desde entonces lo que bien podría titularse Manual de cómo hundir un país (o más). Es la primera parte si cabe de otro aún más trascendental sobre cómo destruir el más avanzado proyecto de integración económica y política mundial.

¿Cambiará esa dinámica? Difícil a corto plazo. En los próximos días negociarán otro rescate (el tercero desde el inicio del problema en 2010), a cambio de condiciones, que eran las que se ventilaban. Esa ha sido y seguirá siendo la tradicional política del FMI, donde el voto pondera según la aportación y los EEUU y otros países desarrollados pierden liderazgo frente a los emergentes. Lo gordo es que acabamos de asistir a la primera suspensión de pagos del Estado de un país desarrollado al FMI desde la II Guerra Mundial, después de que el Banco Central Europeo (BCE) cortada la liquidez a uno de los 19 miembros del euro, forzando a las autoridades griegas a un corralito que rompió la libertad de circulación de capitales, básica junto a la de mercancías y personas del proyecto europeo. Suspenso, pues, en la UE y en el euro aunque sea provisional.

Con la rotunda victoria del no (en realidad la propuesta del presidente Tsipras era no a las condiciones impuestas para terminar el segundo rescate, sí a seguir en el euro y en la UE), tampoco se frenará el avance por ahora imparable de la deuda griega, ni quizá la dureza de la austeridad, aunque una quita de la deuda la haría más llevadera. Pero la extensa oposición de las opiniones públicas del Norte de Europa, el unánime sí griego al euro y el 38% de síes a las condiciones de las instituciones europeas, incentiva el no de los países acreedores a reestructurar y dar por impagada parte de la deuda, dando aliento a esas instituciones a perseverar en lo que ha inspirado hasta ahora su estrategia: basta con esperar para conseguir cobrar.

Ese riesgo de intentar mantener la autocracia monetaria por el dictado de la condicionalidad seguirá basado sobre una sinrazón: técnicamente la deuda pública griega es irrecuperable. Las autoridades de la Eurozona lideradas por Alemania siguen sin reconocerlo, aunque ya se aproxima a los niveles de una deuda de guerra. Así es percibida por la mitad de los griegos, que se consideran víctimas de una voluntad de dominación externa. La retórica sobre las acusaciones de chantaje que se han cruzado las partes, así como las denuncias de terrorismo, se aproximan a esa escalada en el conflicto.

Grecia está ya tan esquilmada como una economía que sale de la guerra; casi seis años de negociación, mientras la deuda pública subía del 107 a casi el 190%, se han volatilizado casi un tercio de su PIB, y con ello de su empleo, afectando a su capital humano y su capacidad de innovación y de crear valores tangibles e intangibles, hoy estos últimos principal fuente de riqueza de cualquier país. Que sea el país europeo de mayor paro general y sobre todo juvenil, en ambos casos después de España, debería invitar a especial reflexión aquí y en toda la península ibérica, que junto a Grecia recuperó la democracia política y económica de la mano de los EE.UU tras su inicial exclusión del plan Marshall para Europa, cuando al líder mundial se interesó por incluir a España y Portugal en su estrategia geopolítica de la guerra fría.

Efectos inmediatos y a medio plazo

El efecto visible más inmediato del rotundo no a la condicionalidad será que aumente la inestabilidad a corto plazo, lo que sería igualmente otra invitación a buscar nuevas formas de estabilidad. Si no aparecen en las reuniones convocadas para hoy lunes entre Merkel por Alemania y Hollande por Francia y para el martes de todos los líderes  de la Eurozona, el bono alemán se convertirá otra vez en refugio de los capitales del sur beneficiándose de un nuevo señoreaje discutido desde principios de otoño del 2012, mientras caen las bolsas y las expectativas de riqueza, como en el trienio 2010-2012, hasta que las críticas al BCE y Alemania hicieron cambiar la política europea, tras descubrirse la mentira. Mucho dependerá ahora desde este lunes de si el BCE y su presidente Mario Draghi  cumplen su mandato de estabilidad y lo que anunció en el verano del 2012, cuando empezó a cambiar la política monetaria europea para posibilidad que desde el 2013 terminara la recesión y empezara la recuperación el último año hasta en Grecia (ver gráfico), tras llegar a perder en torno un 30% desde que empezó la crisis en 2008.

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Crecimiento real del Producto Interior

Entre tanto, los resultados elevan a mucho el riesgo de salida del euro, de ruptura del mismo y de la propia UE: los tres pasan a ser ahora mayoritarios, por mucho que las partes encuentren incentivos para negociar con mayor cuidado. Antes del referéndum consultoras de riesgo político como Eurasia cifraban el riesgo de Grexit en el 30%, para subirlo al 40% por tras la decisión Tsipras ese viernes en ramadán, último de junio.

Sin embargo, ni Grecia ni Europa pueden permitirse ese nuevo fracaso colectivo en la organización del poder, por la simple razón de que cada uno perdería mucho más. En seguida surgirán como en otras crisis voces para enmendarlo y recuperar la ilusión en la bondad del más genuino proyecto europeo: las libertades de personas y mercancías en lo económico y lo político; es decir, democracia económica y política, incompletas sin la social. “Pase lo que pase en GreciaEspaña y el euro seguirán adelante”, decía ayer el presidente Rajoy, tras hacer campaña contra los “populismos”, como autoridades europeas u otros líderes de países socios.

El margen de cambio es ahora más reducido, porque no solo están enfrentados algunos gobiernos, sino las opiniones públicas y los intereses que esgrimen ideas diversas de Europa; mientras siete de cada diez alemanes apoyarían la salida o expulsión de Grecia del euro, al conocer los resultados de las urnas griegas coincidían en su satisfacción desde el francés LePen y los euroescépticos británicos o los radicales de izquierda, hasta la Syriza de Tsipras (cuyo apoyo del 33% en las elecciones de enero ahora casi se duplica) y las fuerzas próximas en otros países a favor también de impagar la deuda, como el Podemos de Pablo Iglesia y el Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo, en Italia. Pero la amenaza de los costes del Grexit es mucho mayor.

El primer ministro Tsipras, con el inusitado aval  del último informe del FMI diciendo que una deuda pública superior al 80% frena el crecimiento, reclama ahora una quita del 30% y un periodo de gracia de 20 años. Pero las voces potenciadas por las autoridades europeas y los gobiernos de la mayoría de los países durante el debate del referéndum no se lo pondrán fácil, a pesar de que Tsipras ha dejado tan claro que Grecia seguirá en el euro y en la UE como que del laberinto griego no se sale con una Europa sin crecimiento.

En ello encontrará muchos apoyos en Italia, España, Portugal e incluso Francia. Ese Sur crítico va tener un reto difícil en frenar las invitaciones del Norte a abandonar la moneda única, como ayer las cajas y la asociación de exportadores o del CDU de Alemania, donde hasta el socialdemócrata Sigmar  Gabriel (vicecanciller y ministro de economía y energía en la “gran coalición” SPD-CDU había pedido el sí griego, lo mismo que su colega el presidente del Parlamento europeo, Martin Schultz.

La sombra del Lehman

Aunque serias consultoras y gobiernos han difundido la especie de que hoy el riesgo de contagio de la quiebra de Grecia y su salida del euro es mínima, todo parece indicar que dejarla caer tendría un efecto Lehman, al quebrarse la confianza en las instituciones del euro y de la UE.  Nuestro caso está siendo más lento, grave e inacabado que el del Lehman americano de septiembre del 2008, año y medio después de deteriorarse la confianza en las hipotecas subprime y sus derivados financieros. Si la UE no lo impide, y no parece suficientemente dispuesta, la solución seguirá pendiente, incluso tras el referéndum, ad calendas grecas, literalmente hasta nunca, pues esas eran fechas que no contaban, fuera del calendario.

Lo de Norteamérica estalló de una vez, con grandes costes para los EEUU y el resto del mundo, ya admitidos además por consenso que muy mal repartidos. Pero allí se evitó lo peor. La FED, al tomar nota de los efectos de la inestabilidad, frenó a los aprendices de brujo; la clave fue que no les dejó quebrar también a quienes tenían el riesgo de los seguros de crédito, acumulados por más de una década de desregulación.

Aquí nos hemos librado también desde entonces de ese gran riesgo de banca en la sombra, ahora descalificada incluso por la situada al sol y que sufre su creciente competencia.  Pero, al margen de que algún día reaparezca, en Europa encontramos en Grecia un problema propio, capaz de erosionar también el crédito político: la confianza no solo en la banca, que sigue muy dañada, sino el descrédito del futuro común del euro y de toda la UE, por mucho que le hayan quitado hierro o lo hayan negado últimamente destacados líderes políticos y empresariales europeos.

La deriva ha crecido la última semana ante el referéndum, cuando  las autoridades nacionales y comunitarias implicadas en el debate, en vez de buscar claridad para definir las variables claves del problema como medio para abordar soluciones en cada una y en todas, han creado una gran ceremonia de confusión. Desde que se convocó el referéndum casi toda nuestra prensa analógica española (en transición también a la digital) han reducido el problema a sacudir a Tsipras, presentado junto a Iglesias como tontos por los listos nominadois por el Gobierno para las tertulias de medios públicos y aledaños. Han tenido que venir Habermas, dos premios Nobel y otras voces sensatas a despertar algo a la opinión pública y recordarles que Alemania despegó tras la última guerra gracias a la quita de la mitad de su deuda. Y algo parecido ha sucedido en toda Europa.

Estos y otros indicadores revelan hasta qué punto asistimos con Grecia al fracaso colectivo en la organización del poder en Europa, tanto político como económico y social. La prueba es que todos (incluido este análisis) seguimos centrados en valorar las amenazas para lograr la persuasión de los demás, descartando así otros instrumentos más civilizados del poder, como son principalmente la compensación en todos los frentes, empezando por el económico.

Devolver la confianza y el apoyo generado que llegó a tener el proyecto europeo requerirá primero ver las oportunidades que perdemos con la desunión (ahí está el menor crecimiento de la Eurozona respecto a los EEUU desde la crisis de la deuda iniciada el 2010), y luego realizar las uniones pendientes para que Europa funcione y cumplir con las promesas de la integración del mercado (aumentos del PIB próximos al 20%). Un buen paso hacia ello sería reconocer que las instituciones de la Troika y su política de austeridad se han equivocado los últimos años, poniendo remedios para que no vuelva a suceder.


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